Personalmente, cruzar la mirada con los que ya no estaban, en aquellas imágenes familiares antiguas que miraba de niño, fue lo que años después me llevó a coger una cámara de fotos entre mis manos. Me parecía mágico ese halo de misterio en sus miradas, que contactan con nuestros ojos a través del tiempo. Esa sensación volvió a repetirse cuando en mi juventud comencé a contemplar las imágenes tomadas por grandes fotógrafos documentalistas. Y es que la fotografía no solo aviva nuestra memoria, también nos incita a tener las primeras reflexiones sobre la muerte y sobre la propia vida, como el famoso carpe diem que surge en la película “El club de los poetas muertos” en torno a una imagen de antiguos alumnos.
Pasaron unos cuantos años más hasta que empezara yo mismo a capturar instantes en la calle. Fue entonces cuando se cambiaron los papeles y pasé de ser un mero espectador a dedicarme a coleccionar momentos, a capturar miradas, gestos que pasan desapercibidos entre el bullicio de la ciudad. El latido de la calle engancha, y ahora disfruto siendo el hilo conductor entre las miradas que capturo y los nuevos ojos con los que se irán cruzando a lo largo del tiempo.