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Más vale pájaro pintado que cien telediarios, por Víctor M. Díez

El hospital y el sinsonte, aprender a volar. Antonio Gamoneda y Javier Fernández de Molina.

(A partir del libro de Antonio Gamoneda y Javier Fernández de Molina, EL HOSPITAL Y EL SINSONTE. APRENDER A VOLAR)

En la mata de ateje canta el sinsonte – Eliades Ochoa y el cuarteto Patria

Por si ustedes se preguntan, sostiene Gamoneda haberse sentido apelado por la llegada alada de un pájaro ‘real’ a la aséptica y hermética habitación de un hospital. Tan real y más real que la vida misma: ‘eso tiene una temperatura’, dice hablando de la fiebre, ‘es pura biología’. Habla de una realidad frente al ‘realismo’. ¿Inverosímil?, se pregunta. Lo inverosímil será que un niño de diez años se suicide. Ese pájaro, al que bautizó sinsonte, era real y hubiera podido tocarlo con su mano, aunque nadie quisiera reconocerlo.

Sostiene Antonio el pájaro en la mano y quiere llamar a quien sabe poner ‘luz en los ojos que tú mismo has creado’, el pintor extremeño Javier Fernández de Molina, para decirle: ‘es nuestro pájaro’ y ‘dice el pájaro que vayamos’. Lo común y la injusticia; la pobreza y la poesía. Mendrugos de realidad que endurecen los corazones.

La realidad es poética si van a ver. Del tipo del poeta Vallejo, que dejó su estela en el aire de este país y esta provincia. Y luchó por nosotros y con nosotros y nos convoca cada tanto y por eso le invocamos.

El poema se va haciendo, se va dibujando en una suerte de intercambio de los hurmientos. Un toma y daca de lentitud y paciencia. Hasta crear, sostiene Gamoneda: ‘una comunidad conceptual y sensible que nos permite entender nuestro trabajo como hemos dicho: como una obra integrada y única’.

No me pidan explicaciones de lo que es tan real ante sus ojos. Pues, ni la caligrafía de la escritura de Antonio –bella, proto-egipcia, cirujana, esculpida-; ni la oralidad del otro, Fernández de Molina –luso-pacense, romaní, elíptica, salvaje… y con trazas húngaras al aparato- parecerían armas poco esclarecedoras para la ‘comprensión lectora’. Hablemos pues, atiendan a la invitación, de la comprensión poética, esa que por serlo es comprensible en sí misma y tan inexplicable como un pájaro que vuela en una habitación cerrada. El libro es de ver, es de abrir, es de escuchar. El libro es de leer con los ojos cerrados y la mente abierta. Este libro es una fiebre amistosa para sentir el jipío del planeta.

A esta güija de hospital, llegó el sinsonte para anunciarnos que siempre nos quedará el camarada Vallejo entre los platos rotos del mundo y sus miserias. Y lo hizo con la naturalidad infantil de aquella fórmula mágica: ‘me ha dicho un pajarito…’

Víctor M. Díez, poeta.

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