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“Amancio y las personas”

Detalle de una escultura de Amancio González Andrés.
Detalle de una escultura de Amancio González Andrés.

Reproducimos la columna de opinión del periodista Eduardo Aguirre publicada en su sección “Al trasluz”, en el Diario de León, el 5 de abril de 2016:

Por EDUARDO AGUIRRE

En la inauguración de la muestra de Amancio, no hubo gente sino personas. Y muchas. La gente va donde Vicente diga; las personas, allí donde se les permite ser, además de estar. La galería Ármaga reunió a varias generaciones de seguidores de la obra de este escultor, miembros de una misma hermandad sin estatutos, unidos por la admiración hacia una trayectoria y su afecto hacia él. ¿Es necesario más? Amancio ha presentado una bella serie de bronces de pequeño formato, además de dibujos. Su trabajo ha ido evolucionando desde el grito, con seres que parecían intentar escapar del Averno, mientras una fuerza superior tiraba de ellos hacia abajo, a una sinfonía del vuelo o de su anhelo. Hay tanta libertad latente en sus trabajos, que ni siquiera el personaje que nos observa desde el interior de una vitrina parece estar preso. En sus creaciones, lo esquemático nunca resulta frío, sino verdad sin verborrea. Cuando la resolución del reto técnico deja de ser un problema, un artista se acerca más a lo que desea expresar.

Las inauguraciones son una excelente ocasión para conversar, costumbre que hemos exiliado. Lo hice con Rafael Saravia acerca de columnismo, y coincidimos en nuestra reticencia hacia la «rotundidad testosterónica», pues en esto de opinar no basta con tener parte de razón si aquella otra en la que no se tiene hiere a quien no se merecía la herida. Y conversé también con García Zurdo. Y tuve ocasión de volver a decirle a Rafa Murciego lo mucho que me había gustado un cuadro suyo, contemplado el día anterior. Y le recomendé a Rodrigo, el hijo mayor de Amancio, una película sobre la búsqueda y hallazgo del grial de la amistad: El rey pescador. Personas, no gente.

A la salida de Metal, ese es el título de la muestra, un compañero de los tiempos de la redacción en Lucas de Tuy nos invitó a mi mujer y a mí a tomar algo. En la barra, una señora me miró asombrada, por confundirme con Puigdemont. Una vez sacada del craso error advertí a mi colega, pues les veía venir: «¡Ni una broma, pero es que ni una!». Lapsus aparte, gran tarde el regreso de nuestro escultor más querido y reconocido. Y con una muy concurrida inauguración a la que asistieron personas, no gente.

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