La exposición retrospectiva ‘El azar’, del pintor leonés Miguel Ángel González Febrero, se inaugura este lunes 3 de diciembre, a las 19 horas, en la sala Santa Nonia de Caja España–Duero (C/ Santa Nonia 4, León). La obra de Febrero es fruto de un proceso evolutivo que arrancó a finales de los 70. Desde entonces, la idea toma forma y color al abrigo del tiempo, hasta alcanzar la madurez. Por el camino quedan reflejadas las distintas etapas recorridas: realismo, hiperrealismo, paisajismo, hasta confluir en la abstracción. Reflexivo e innovador, su lugar de trabajo podría definirse como un taller de sueños. La exposición incluye gran parte de su colección privada, que nunca antes ha sido expuesta.
Por AVELINO FIERRO
Sólo los poetas y pintores pueden ver y sentir el alma, la íntima vibración de las cosas y los seres. Oyen las corrientes subterráneas, sienten el ardor del magma a través del estremecimiento de una hoja o de las briznas de hierba. Perciben cómo se adentra en la tarde una luz entusiasmada, trémula, cómo se cierne como un manto sobre los caminos y campos. Levantan sus ojos hasta las panzudas nubes y se dejan llevar en ellas por el viento suave, ven tejados y casas, colinas y bosques de un verde cansado, los reflejos y las ondulaciones que deja el aire en la superficie mansa del río.
Si recorres la ciudad con nuestro pintor y le das la mano puedes sentir con él cómo una piel queda para siempre ajada bajo aquel oscuro gabán raído, de un gris sucio; ves como pequeños brotes brillantes las pústulas en las manos del mendigo, y un rubor y rosas de papel quemando las mejillas de una adolescente; notas el latido de corazones angustiados por flores muertas y símbolos negros, o aromas azules aventados por los párpados de un enjambre de soñadores.
Y en el estudio, ante los frutos dispuestos sobre los paños y las fuentes, verás cómo sus ojos se afanan en una caricia hacia ellos que los traspasa o envuelve, enfrascado en sus brillos y en sus sombras, sus hilos rugosos, en su amarillo de cadmio o en sus bermellones. Ese pequeño bodegón es para él, ahora y quizá durante días, una pequeña arquitectura, un templo que vibra en un espacio transparente que se transfigura y le muestra el misterio profundo de las pequeñas cosas a nuestro pintor, que entorna una y otra vez los ojos para cruzar el umbral hacia un mundo que se revela y muestra en toda su finísima esencia y también en su esplendor a los que aman con todas sus fuerzas la pintura.
Así llegará ese íntimo acorde de la facultad del sentir y comprender que es el arte y no tal o cual modo de pintar o dibujar. Eso escribió Elie Faure. ¿Te acuerdas Miguel Ángel, cómo hablábamos hace ya un tiempo, de los pintores que admirábamos? Y de tu cocina de pintor, de tus urgencias de aquellos días, empeñado y un poco atolondrado, en conseguir “estallidos de color”. Y en la dificultad de los verdes; y tu vuelta a la calma, al lirismo, al rato o al día siguiente, “mira esas flores, ahí está la Verdad, en ellas, en la Naturaleza.”
La inteligencia de la vida y de la pintura, la hondura y el estremecimiento que hace nacer la obra sólo se consigue desde una cultura profunda, pero desde una sabiduría íntima, y desde una modestia de aprendiz, sin petulancias, sin caer en la sensualidad, en la atrayente carnalidad de lo pictórico. Como cualquier creador auténtico sentir no el calor de las certezas, de lo aprendido, del oficio, sino la intemperie, la desnudez o la inocencia del que espera, obediente, que la realidad o el alma de las cosas se le muestre, y él las vaya acariciando, componiendo, soldando torpemente hasta conseguir una pequeña luminaria o un modesto equilibrio. En ello se ha esforzado siempre nuestro pintor. En esperar paciente una llamada mientras escudriña las cosas y los cambios de luz de las estaciones. O su propio rostro, para poder darnos esos retratos mínimos, esenciales, majestuosos. O recorre la historia y se detiene en Rubens, en su dinamismo, sus torbellinos de formas y colores jugosos, y cae embriagado por ese néctar dulzón, en una orgía de azules, arabescos, carmines y anaranjados, vibrantes ondulaciones…
Seducido ha estado siempre por el arte, por una voluntad que sólo entiende de esa forma el mundo, traspasado por él.
Uno puede absolverse o condenarse al elegir una tarea en la vida, ayudado o no por el destino. Si alguien se mete así, de bruces en la pintura, y es honesto como él al hermanarse (o, a ratos, luchar a brazo partido) con los colores y es humilde de corazón al dejarse llevar de la mano por los lazarillos de la Creación, no habrá necesitado religiones ni excusas, no tendrá que dar explicaciones, su tarea estará siempre cumplida y será de aquellos pocos que han dejado de estar siempre irremediablemente solos.
‘El azar’
Exposición de Pintura de MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ FEBRERO
Obra Social de Caja España-Duero. Calle Santa Nonia, 4. León.
Del 3 de diciembre al 8 de enero de 2013, en horario de 19 a 21 horas.