La ilustradora maragata Nuria Cadierno muestra en León, en la galería Ármaga, hasta el 2 de noviembre, sus obras realizadas para el último poemario de Mario Pérez Antolín, ‘de Nadie’ (Editorial Páramo). El profesor y poeta astorgano Eloy Rubio Carro charla con la artista sobre el origen y la fuente de su quehacer creativo.
Por ELOY RUBIO CARRO
Desde astorgaredaccion.com
—Tus comienzos en el mundo del arte están ligados al diseño, ámbito en el que has trabajado, incluso llegaste a abrir una tienda. ¿Podrías contarnos tu experiencia?
—Decidí hacer Diseño porque me parecía más práctico que Bellas Artes y también porque me faltaba atrevimiento, aunque siempre desde pequeñina he tenido inclinaciones artísticas. Cuando iba a comenzar mis estudios surgió esa posibilidad y me decidí por el diseño, porque además la expresión mediante la ropa era aquello que ya estaba haciendo, intentar diferenciarme con ella. Empecé Diseño en Salamanca, luego en La Coruña y terminé mis estudios en Madrid. Allí entré en contacto con ese mundillo del arte, de las exposiciones, las del Reina Sofía; las clases de la historia del vestido se impartían frente a las pinturas del Museo del Prado.
Como trabajo de fin de estudios hicimos, yo y otra compañera, una colección de ropas de hombre. Esta colección se presentó en Madrid y entraba en una especie de concurso para IFEMA, la Institución Ferial de Madrid, donde fuimos seleccionadas para representar a la Comunidad de Madrid. Tuvimos un stand propio en IFEMA, pero no pudimos realizar la colección a pesar de que hubiera gente interesada en la misma. Fue aquí cuando comprendí que este no era mi mundo, pues no me interesaba en absoluto la parte frívola de la moda, y me encaminé ya hacia la parte artística.
—Sin embargo practicas técnicas muy diversas, aunque en los últimos tiempos pareces decantarte por la estampación, el grabado. Se trata de un grabado abstracto, muy sugerente, colorido, próximo a la mancha de tinta, a los test de Roschach. Coméntanos algo sobre el proceso creativo y sobre las técnicas que utilizas para estas estampaciones.
—Una cosa es el trabajo de ilustración de relatos como por ejemplo los que he hecho para Astorga Redacción [ilustrando cuentos durante el pasado verano] y otra cosa es el trabajo reciente que he realizado para el libro de poemas de Mario Pérez Antolín, donde solo hay un grabado, donde he ido a una expresión mucho más directa, a bases de tinta aguada y un amasijo de técnicas variadas que suelo utilizar con papeles que soportan el grabado… El proceso creativo mío tiene mucho que ver con la mancha y mantiene muchos modos del grabado. Aunque el proceso pueda ser complejo, siempre pasa por la sugerencia de la mancha, a veces esta es más interesante que lo que tú llevabas en la cabeza. Entre eso y que ya hice carpetas de grabados como la de ‘Mars Tileno’, con una gran influencia de la estética taoísta, se produce esa danza de opuestos que consistiría en darle mancha al sentido y viceversa. La ejecución resulta así muy rápida y no tiene nada que ver con el grabado, porque no pretendo adaptación, sino sobre todo ir directa al sentimiento.
—Ya pero entonces ¿hay mucha intervención del azar en el origen de esas ilustraciones que haces para los poemas?
—Hay una parte solo.
—Pero ¿el origen es azaroso y luego tú le das forma o cómo es la cosa?
—No, no, el origen no es el azar, tras haber trabajado en un poema ya dispongo de una sensación, incluso una imagen que se me repite y que quiero plasmar ahí. Sucede que la ejecución –al trabajar con bases húmedas, donde la tinta va a correr, tendrá que ser muy rápida– introduce una parte de improvisación que yo voy a manejar en mí beneficio, pero la cosa está de antes muy trabajada, acudo a la realización con una idea clara en la imaginación.
—Vayamos al origen o a lo que yo creo que puede ser el origen. Recientemente has publicado algunos relatos de corte visionario, ensoñatorio, que recuperan claves de tu infancia en la alta Maragatería. Además esas ensoñaciones se enmarcan en un paisaje mítico, abundante en símbolos, un espacio guía, protector, como de antes de ningún tiempo. ¿Estamos ante la fuente originaria, que se recrea también en muchas de tus ilustraciones?
—Sí, es así. Porque para mí la infancia que pasé en Molinaferrera es lo que me ha marcado todo, aparte de que es el lugar al que siempre vuelvo. Es un espacio de protección, un lugar casi sagrado, donde tiempo y espacio se difuminan. Cuando llego a cierta curva cercana al pueblo, los conceptos se esfuman facultándome para conectar con un pasado y con aquella gente: mi abuela sobre todo, sus cuentos, sus historias, sus poesías entre místicas y religiosas. Yo comparo a mi abuela, cuando me mostraba la naturaleza, con el Don Juan de Castaneda. Te decía por ejemplo: “Tú tienes que sentarte aquí, porque es mejor aquí y tienes que beber de esta fuente…”. Poseía ese saber ancestral y casi mágico en el que mezclaban el conocimiento de las plantas, de los lugares con un halo especial. Cuando salía con ella por el campo recorría tiempos y lugares inconmensurables.
—Además, en los últimos tiempos vienes realizando ilustraciones para distintos narradores y poetas, desembocando en esa monográfica para el libro de Mario Pérez Antolín, ‘de Nadie’, que proporciona el material para la exposición que se inaugurada recientemente en la galería Armaga de León. ¿Cómo puede abrevar aquella fuente originaria las ensoñaciones ajenas? o dicho de otro modo: cuéntanos cómo se produce el choque de una creación ajena con ese magma originario que segregas de tu infancia maragata.
—En este caso concreto se dio una conexión tremenda con su obra, por lo que me fue relativamente fácil. Sí que hay una parte de ese libro, la última, que es la más expresionista y que es con la que yo conecto mejor; pero está la otra, la más barroca, más difícil para mí con la que también creo haber podido dialogar. En el proceso de creación este choque, que es como un binomio fantástico, se crea una enorme tensión, porque quieres que tu yo esté ahí a un tiempo que tiene que estar en otro. Es como si fueras una actriz que tuviera que preparar un personaje de otro. Tienes que meterte ahí sintiéndolo como tú lo sentirías de ser él y luego tienes que volver, salir de ahí. Lo que te genera esa enorme fuerza que es precisamente la que te capacita para resolver de una nueva manera.
—Pero también es como una conversación
—Las imágenes de su poesía son de gran belleza y a mí me dieron alas para conectar con ese mundo de los espectros ancestrales de mi infancia, de esos espíritus que encantan los parajes de la alta Maragatería, de esos lugares de paso a lo sagrado que de repente te asaltan y que reconozco gracias a mi abuela. Enlazo el que es mi mundo en torno a esa comunidad fantástica de la que también participan sus poemas. Navego entonces en ese fantástico mar donde los límites se desdibujan, donde ni la pintura es ya pintura ni el dibujo es ya dibujo, lo mismo sucede con la escritura de Mario Pérez Antolín, que es una escritura de los márgenes en la cual los límites desaparecen.
—En esas ilustraciones, lo abstracto cede a lo figurativo, pero permanece lo simbólico, los individuos aparecen arropados o controlados por una multitud, bueno por un grupo o un clan o lo que sean. A veces luchan por su individualidad e incluso puede que sean ellos quienes intenten decidir sobre el ser de la tribu. En todo caso el grupo está siempre presente, en pie, afianzando su siembra, el correcto desenvolvimiento desde el origen, solo un cielo azul al fondo evita la sensación de cementerio.
¿Qué pintan esas manadas de homúnculos? ¿Quiénes son los sujetos que se individualizan? ¿Qué tiene que ver todo ello con las ensoñaciones que disfrutas? Se trata de que nos cuentes brevemente ese mundo ensoñado.
—El origen de mi manera de ver las cosas está en el Teleno; para mí es la máxima referencia en todo, porque yo viví enfrente de él. Estaba ahí a las puertas de cada día; es el lugar, casi el mundo donde yo reflejaba mi fantasía. Ascendía a las montañas para ver más lejos; tengo tendencia a ver desde arriba, una visión más espacial de las cosas, como de pájaro.
El individuo es esa manera de estar que se sitúa frente a todos los demás, pero los demás son también tu herencia, tu origen, frente a la que te dibujas; de ahí sales, de ahí corre la tinta de la vida que tú vayas haciendo. Para mí el origen siempre está ahí, bajo esa mole inmensa y mágica del Teleno donde yo nací.
—¿Conoces otra gente de maragatería que estén tan impactados por el paisaje, por el monte Teleno?
—Me sorprendió mucho cierta obra de Antonio Colinas, porque parece ser que para él sí que ha tenido una influencia enorme el Teleno, lo que pasa es que Colinas lo ve en otra distancia, desde la parte de La Bañeza, pero sí he detectado en él esas sincronías e influencias de los aires del Teleno. Otro poeta que miraba el Teleno y al que le inspira en su verso es Leopoldo Panero, cuando yo expuse en la Casa de Panero me di cuenta del origen de esa mirada. También hay que tener en cuenta la pintura de Luis Antonio Alonso, el pintor de Lucillo, una pintura iluminada y hasta abrasada en la luz de la Maragatería.
—Hay otros grabados en los que domina lo abstracto, incluso en los que no sucede esto están recorridos por un impresionismo. Es curioso como la multitud que aparece en tus dibujos engendra otra cosa, crece en un individuo, conforma una planta, un recorrido, un modo estético de estar. A veces aparece Moebius y parece que el tránsito nos vuelve al punto de partida. ¿Otra vez al origen?
—Sí, es eso de individuo y masas y la relación entre uno y las otras que ya comentábamos antes.
A mí las masas siempre me han fascinado. Una multitud puede ser un freno, una barrera y puede ser todo lo contrario, es como mover las piezas de un lado a otro y cambiar de mundo. Es esa estética taoísta de la que te hablaba, la mancha también viene a lo mismo. A mí me encanta investigar el lugar de los límites, de una mancha a otra va lo mismo que de un mundo a otro; de una mancha a otra, contando con la separación entre ellas y con el ritmo que provocas estás generando un mundo diferente, un mundo paralelo, cercano y a un tiempo distante. Una vez que penetras en esos mundos paralelos te puedes encontrar con un mundo utópico o con otro de horror. Ahora estoy comenzando un trabajo sobre las multitudes, pues estas vuelven a imperar en épocas de supervivencia, un trabajo sobre los éxodos de la humanidad actual, los éxodos de los refugiados que también nos retrotraen a aquellos éxodos originarios de la primera humanidad en su colonización de Europa, que nos llevan a un momento primigenio donde el tiempo aún no existía y el espacio estaba por construir.
—También has hecho escultura, la referencia que yo conozco es la del Teleno, una realización en tres piezas, que se podían tocar y cambiar de sitio, modificando la relación entre los elementos a gusto del observador, como si fuera necesaria esta intervención del visitante para darle un sentido apropiado. ¿Cómo si le invitaras a que mirase a esa montaña de una manera cercana a la que tu aportas? ¿Qué otras esculturas has hecho?
—No solo en la escultura. Esa intervención es importante para mí en cualquier creación que hago. El espacio en blanco es muy importante en mi obra; porque si tú no permites que alguien imagine y entre esa creación en su mente entonces no existe la obra. Yo no puedo ni quiero decirlo todo. Yo, como mucho, puedo mostrar y guiar, pues en caso contrario acabaría con el misterio y la esencia de lo que quiero transmitir. Yo quiero que la persona se interne y relacione con la obra.