Por ELOÍSA OTERO
(Texto para el catálogo con motivo de la exposición de Teresa Gancedo en la galería Ármaga en marzo de 2009)
Peter Handke
(Del libro ‘Historia del lápiz’)
Teresa Gancedo
(Discurso sobre la realidad. Exposición-Catálogo. Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla. 1979)
“Te envío unas fotos de las obras que voy a exponer y te pongo por detrás lo que es cada cosa y lo que he querido hacer. Las tengo en un CD pero yo no me manejo con los ordenadores, prefiero así. También tengo una web, pero eso del correo electrónico no es lo mío…”. Al otro lado del teléfono la voz juvenil de Teresa Gancedo dibuja en mi mente un rostro optimista y enérgico, locuaz y vivaz. No la conozco, y cuando me pongo a calcular su edad (nació en 1937), no me cuadra.
Cuando a los pocos días llegan las fotos en un sobre, por correo ordinario, eso de “te pongo por detrás lo que es” se convierte en: “óleo sobre tela”, ‘El ángel’, “óleo sobre madera”, ‘Serie paisaje’, “dibujo 2009”, “dibujo sobre papel”, ‘Serie jardín’, ‘Serie Edén’, “óleo sobre tabla”…
Las fotos no son muy buenas, pero sirven para decirme que donde Teresa escribe y cuenta sus historias es en cada cuadro, en cada dibujo, collage, tela o madera repletos de cosas, incluso de objetos, inscritos en la pintura (huellas, signos, santitos, símbolos, flores, fotos desgastadas, árboles genealógicos, cuentos, búsquedas, sueños, recuerdos, reconstrucciones, jardines, islas, paisajes, mapas… ).
Cada obra parece contener un mundo lleno de historias que, como en la vida real, se entrecruzan y a veces provocan un ‘click’ en la mirada de quien se topa con ellas, cobrando un nuevo sentido. Cojo una lupa, para explorar mejor, y se me ocurre que para ver todo lo que vive y borbotea en cada una de estas pinturas hace falta algo más que un microscopio.
Aunque eso, la verdad, lo descubrí hace unos meses, cuando por primera me enfrenté a un cuadro suyo, en la Galería Ármaga, con el objetivo de escribir un pequeño texto para el libro León Palimpsesto.
Gonzalo Blanco, el editor, nos había propuesto, a Asunción Robles y a mí, que pensáramos en dos pintores leoneses representativos, para abrir y cerrar las páginas de ese bello libro. Por nuestros labios desfilaron unos cuantos, aunque rápidamente nos quedamos con dos. Ambas estuvimos de acuerdo en el nombre de un joven escultor, Amancio González, cuya ‘Vieja negrilla’ en la Plaza de Santo Domingo se ha convertido, sin duda, en la escultura más emblemática de la ciudad. Cuando nos pusimos a elegir al segundo, Asun, con brío de galerista, sacó del almacén un cuadro muy especial y me habló de una artista veterana, apenas conocida en su tierra, con una trayectoria laboriosa y singular: Teresa Gancedo. Una mujer, además. Y una creadora que puede presumir —aunque no lo haga— de formar parte del reducido grupo de pintores españoles que han expuesto en el Guggenheim de Nueva York, en cuya colección, por cierto, también figura obra suya. Eso sucedió en 1980, cuando Teresa tenía 43 años y una comisaria internacional (creo que fue la ‘curator’ independiente Margit Rowell) la seleccionó para la exposición colectiva ‘New Images from Spain’, en la que estuvo acompañada por otros ocho artistas pujantes, cada cual más inconformista, radical o experimental: Darío Villalba, Zush, Carmen Calvo, Guillermo Pérez Villalta, Miquel Navarro, Antoni Muntadas, el antropólogo y artista Serrán Pagán y Jordi Teixidor.
Pero antes, y también después, sucedieron otras muchas cosas. Indagando en su vida sorprende su trayectoria de artista insondable y en continúa evolución. Practicante, a su manera, de algo que el poeta Tomás Sánchez Santiago llama “las escrituras de la verdad”. Sin embargo, su obra quiere contar mucho más que el relato de una vida. Como ha señalado Corredor-Matheos, su propósito es ir más allá de lo real, pero la meta de su proceso creativo es plástica, “plástica pura”, aunque cargada de resonancias emotivas. “Nos hallamos en un plano artístico, donde lo humano ha pasado por cierta transmutación. [Aquí] las emociones se sostienen por sí mismas, hablan por sí mismas”.
Teresa Gancedo nació en León. Vivió su niñez y su juventud en el Madrid de la posguerra, hasta 1960. Casi no recuerda cuándo empezó a pintar, pero debió ser muy pronto. Cuando era pequeña, su familia veraneaba en un pueblo pequeñito, Tejedo del Sil, en la comarca de Laciana. Allí, en el entorno de sus abuelos, en aquél mundo que ya no existe, Teresa asistía a las procesiones y romerías religiosas que se sucedían en la época estival, y que solían terminar en la ermita de San Lorenzo, patrono del lugar. Esas procesiones en las que participaba todo el pueblo impresionaron muchísimo a aquella niña, y dejaron una huella imborrable en su pupila y en su corazón. Quizá por eso gran parte de su obra gire en torno a la iconografía religiosa cristiana.
“Medio religiosos, medio paganos; medio festivos, medio tristes”. Así ha definido ella misma sus numerosos cuadros de iglesias, santos o cementerios. Eso sí, nada lúgubres. Esta especie de obsesión no es nada peligrosa. “Soy agnóstica”, afirma.
En 1960, con 23 años, se traslada a Barcelona. Allí estudiará Bellas Artes, ya casada y con hijos pequeños. Al terminar la carrera (en la que estudia de todo: pintura, grabado, escultura…) le darán la Medalla de la Facultad en Dibujo, aunque ya antes había empezado a obtener algunos premios. Su primera exposición se remonta a 1972 y tiene lugar en su tierra natal, nada menos que en la Sala Provincia que entonces dirigía el poeta Antonio Gamoneda. Teresa recuerda cómo Gamoneda, con su visión crítica y su capacidad de apostar por los artistas más interesantes del momento, consiguió convertir aquella sala de la Diputación en un referente artístico fundamental en la España de la época.
A partir de ahí realizará muchísimas exposiciones, no sólo en España sino también en Europa y América (Lisboa, Oslo, París, Italia, México, Estados Unidos…). En 1982 se convertirá además en profesora de la Facultad de Bellas Artes de Barcelona, donde escribirá su tesis —sobre Pintura Religiosa en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona— y donde, tras opositar para obtener su plaza, trabajará hasta su jubilación, hace un año, sin renunciar nunca a sus proyectos creativos.
Pero recordemos algo de lo que escribió Antonio Gamoneda, a propósito de su exposición de 1972 en la Sala Provincia:
“El trabajo plástico de Teresa Gancedo viene definido, según mi opinión, por la presencia de un constante lirismo; lirismo que pertenece tanto al propósito temático como a la manera, a la delicada y cuidadosa organización de sus signos plásticos. Empleo el término “signos” con deliberación, ya que los dibujos de Gancedo, aspecto de su obra que mejor conozco, tienen cierta condición legible, lo que es tanto como decir una disposición sígnica. No se trata solamente de que cada obra sea propuesta como un valor significante, que sí lo es, sino de que, por su naturaleza, también los datos parciales de la obra conllevan, de alguna manera, aspecto y función de “escritura”. Desde esta observación, su trabajo aparece no influido pero si relacionable con los rasgos que presentan las artes orientales: el gusto y la sensibilidad llevados a los detalles menudos; la levedad de las coloraciones sobre el trazo dibujístico y una concepción aérea del espacio pictórico (…)”.
O recuperemos también un pequeño fragmento del texto de Antonio Colinas para una exposición de la artista en 1990, en León (a donde ella ha seguido regresando, cada cierto tiempo, para exponer):
“Cambia el mundo y se transforma —creemos nosotros que se transforma— pero, en lo esencial, siempre es el mismo. Y son siempre los mismos los seres humanos, que leen en cielos, en ruinas, en campos. Teresa no cesa de leer en ellos para apresar su eternidad: en plantas, en pájaros, en animales humildes, en tierras espesas, en luces pastosas. Vírgenes, ángeles, rostros bíblicos o cristianos fundidos con lo pagano para expresar la dualidad inevitable. ¿Escenas recién salidas de un purgatorio o acaso de un infierno dantesco? ¿Quizá de un espacio celeste? No confirmaría yo esta última posibilidad. Puede más la vida en los cuadros de Teresa, el instante tenso, de espera. Hay demasiada materia y experiencia en esta pintura”.
La trayectoria de Teresa Gancedo está ahí, y la interpretación de su obra, como la de toda obra abierta, no se agota en una mirada. Ella continúa pintando y buscando, en continua evolución, como siempre. Buena muestra es esta exposición en Ármaga, con una selección de sus últimos trabajos. Y ahora, como en 1979, cuando colgó en el Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla la exposición titulada Discurso sobre la realidad, también pueden darse por válidas estas palabras del texto que le dedicaron, en aquel catálogo, Isabel Claver, María José Pérez y Francisco del Río:
“Más que hacer una crítica objetiva de la realidad, [Teresa Gancedo] nos la muestra subjetivada, conjugada con su inconsciente, su experiencia, en definitiva su bagaje existencial, actuando libremente como un poeta”.
Así que es todo un honor, para mí, presentar este pequeño catálogo y tener la oportunidad de conocer a la artista que está detrás de esta obra narrativa y singular, personalísima. Otros poetas (Gamoneda, Colinas…) la han descrito mejor. Y grandes críticos de arte de este país (Javier Hernando Carrasco, Francisco Calvo Serraller, Gloria Moure, José Corredor-Matheos…) han dicho cosas que yo no sabría expresar. Gracias a todos ellos pude componer este pequeño texto, para ilustrar el cuadro que aparece en el libro León Palimpsesto, y que me gustaría reproducir aquí, bajo estas líneas. En el libro Gonzalo Blanco lo maquetó de tal forma que a Teresa le pareció un poema. Y así he preferido dejarlo, incluyendo alguna cita más de otra grandísima artista del siglo XX, la zamorana Delhy Tejero, alguien que llenaba sus libretas atropelladamente con reflexiones como ésta que, con toda seguridad, Teresa Gancedo suscribiría: “Lo único que puedo agregar como prueba de mi sinceridad es que camino por todos los caminos andando paso a paso, y que si alguna vez intenté correr o aprovechar algún medio rápido de locomoción (plagio de aquí o de allá) no me sirvió”.
“Parecía una casa solitaria este gallinero y resulta que está llena
de pisadas, risas, suspiros y palabras de todo el mundo”.
Delhy TejeroTeresa Gancedo, una artista prácticamente desconocida en su tierra, logra volcar su mundo onírico y reflexivo, pero también su memoria, en una obra que rebosa significados, color y plenitud.
En cada cuadro un universo, y en cada universo un sinfín de microcosmos plagados de historias apenas esbozadas en escenarios mínimos, pero expresivos. Los personajes juegan con los símbolos, danzan sobre paisajes sugeridos. Las pequeñas figuras dialogan y componen fantásticos relatos en los que se cruzan miradas, y se establecen sentidos.
A partir de signos y de símbolos muy personales, que confluyen en una iconografía singular, la pintura de Teresa Gancedo invita a imaginar mundos, a viajar por territorios inexplorados. Empuja a deslizarse por dimensiones desconocidas de esa otra realidad que a veces, sólo a veces, y como en un sueño, logramos entrever en los adentros de un cuadro.
ELOÍSA OTERO
(León, febrero 2009)