DAVID COLINAS / PINTURA QUE CUENTA
El pintor David Colinas regresa este mes de junio a León, después de muchos años, con nuevas y chispeantes pinturas bajo el brazo, de la mano de la Galería Ármaga. Su vida ha dado muchas vueltas antes de acabar en Cádiz, donde reside actualmente y donde ha encontrado desahogo y tiempo suficiente para volver a enfrentarse al lienzo, al cartón, al papel… de manera expresiva y convulsa. La inauguración de la exposición, titulada “Colinas de sal”, tendrá lugar este sábado 10 de junio, a las 13 horas, en Ármaga (C/Alfonso V, nº 6). Se podrá visitar hasta el 12 de julio.
Por ELOÍSA OTERO
Shitao, el gran paisajista chino del siglo XVII, escribió: “Pintar es el resultado de la receptividad de la tinta; la tina se abre al pincel; el pincel se abre a la mano; la mano se abre al corazón. Y todos ellos de la misma forma en que el cielo engendra lo que la tierra produce: todo es el resultado de la receptividad”. Y dijo también: “El pincel sirve para salvar las cosas del caos”.
David Colinas ha retomado los pinceles, hace un par de años, tras pasar un largo periodo intentando reinventarse. Recuerdo que le conocí cuando ambos estudiábamos en Madrid, en la Facultad de Ciencias de la Información, donde él hizo Publicidad y yo Periodismo. De aquella época tenemos una referencia común: su amiga periodista Margot Molina, una simpática andaluza con la que compartí piso de estudiantes, y a la que he seguido después por sus artículos de arte en El País. Desde entonces han pasado más de 30 años, a lo largo de los cuales me he topado con David en un puñado de ocasiones y siempre le he sentido como un amigo en la distancia, al que apenas ves, pero con el que siempre es un placer reencontrarse y charlar de la vida. Porque los dos hemos dado muchas vueltas, y hemos cambiado de ciudad y de trabajo, y hemos tenido que volver a empezar una y otra vez, sobreviviendo a las sucesivas crisis económicas, a veces a duras penas.
De Margot Molina encuentro en la red un artículo publicado en El País, fechado en 1998, sobre una exposición de David Colinas en la galería Marta Moore de Sevilla. “Sus figuras humanas, rodeadas de símbolos como círculos o líneas, se nutren del expresionismo y la pintura automática”, dice Molina. “Llegar a un grado mínimo de automatismo en la pintura requiere un esfuerzo bastante grande y un control de todas las influencias que recibimos constantemente”, comenta David Colinas. Y continúa Margot: “En su necesidad de investigar en una estética espontánea y cercana al llamado Art-Brut, el artista realiza toda su obra con las manos”.
Más recientemente, en 2015, Luis García Martínez, director del ILC, escribía esto a propósito de la presencia de Colinas en la exposición colectiva “Grupo El Paso. Informalismo leonés y derivaciones” que se pudo ver en el MIHACALE (en Gordoncillo): “David Colinas parte de una tremenda deformación gesticular y violenta de lo que en el origen de su trayectoria eran figuraciones expresionistas y primitivas, basadas en el esquematismo de la línea pero con una gran distorsión. El golpe del pincel o trazo es inmediato, irracional, compulsivo y se apodera plenamente de la composición que se convierte en primitiva, convulsa y con una enorme carga expresiva”.
Yo no sé mucho de pintura. Pero sí sé que no solo es cuestión de “ver”, aunque toda pintura sea, en sí, una “iluminación”, más allá de un simple reflejo de lo que somos.
Cuando me sitúo ante una obra de arte me dejo llevar. O llega o no me llega, como un poema. O me toca o no me toca. O me dice algo o no me dice nada. O me conmueve o me deja fría. O me atrapa o me expulsa de sí… En pintura, cada cosa pintada habla, si nos paramos a escuchar. A veces la pintura grita, mientras que en ocasiones hay que aguzar el oído: sus murmullos son apenas inaudibles, pero no por ello menos significativos.
A finales de los 90 visité la preciosa y alegre exposición-instalación que David montó en la Cueva del Túnel, en Valdevimbre, y que recuerdo (espero recordar bien) como una enorme manta realizada a base de alfombras y tapices que recubría las paredes de la cueva, reconvertida así en un extraño y cálido lugar. Por aquella época David había vuelto a León e intentaba ganarse la vida como artista. Luego despareció, le perdí la pista. Quizá nos hayamos cruzado un par de veces desde entonces. Poco más. Mis últimas noticias eran que vivía en Madrid y había dejado los pinceles y los tubos de colores. Por eso, cuando hace unas semanas volvimos a encontrarnos en la galería Ármaga, para la que iba a preparar una exposición, me alegré. Y mucho más al saber que las cosas le iban bien, que vivía en Cádiz, y que había retomado su pintura con nuevos bríos.
:: Exposición en Ármaga
Durante este mes de junio se podrán ver en Ármaga, la galería leonesa más arriesgada y osadamente contemporánea, sus últimos trabajos, el resultado de su vuelta a la pintura. “Trabajo la técnica mixta, Mezclo todo. Me gustan mucho los materiales pobres y reciclados como el cartón, telas normales o papel, por supuesto”, me dice David en un correo electrónico, en el que me envía imágenes de sus obras.
Cuando las veo, en la pantalla del ordenador (tengo ganas de verlas de verdad, en la galería), pienso que la pintura de David Colinas, de alguna manera, no deja de hablar de las crisis sucesivas que a tantos de nosotros nos ha tocado vivir y sufrir en esta país. Pero nace además de su bagaje, de su experiencia vital y sobre todo de sus entrañas, desde el corazón a los dedos, y de ahí al pincel que penetra en las tintas abiertas que sus manos dispersan sobre la tela o el papel, en el intento de tramar con ellas algo capaz de contar un mundo.
En “Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible” sostiene John Berger lo siguiente: “La ilusión moderna en relación al arte (…) es que el artista es un creador. Más bien es un receptor. Lo que parece una creación no es sino el acto de dar forma a lo que se ha recibido”.
La pintura cuenta historias, sin palabras, porque toda pintura deriva “de la experiencia de lo visible que nos rodea”, en palabras de Berger: “Toda pintura es una afirmación de lo existente, del mundo físico al que ha sido lanzada la humanidad”.
Pero el arte de pintar tiene que ver, además, con “convertir lo que sucede, sea lo que fuere, en un objeto de deseo”. Dice Berger: “El momento de gracia, si llega, es cuando te asombra descubrir que aquello que tu pincel acaba de añadir no es un color, no es ni siquiera un tono, sino una cosa, algo a lo que la multitud, no ya una multitud sino una comunidad, acoge y da un lugar”. Cuando ese momento llega “no puedes creer lo que ven tus ojos, o más bien, por primera vez sí lo crees: una cosa inexplicable hecha de colores que las palabras no pueden describir”. Y eso es, precisamente, lo que se pretende cuando se aborda la pintura como obra de arte. Tal es el reto del artista.
:: Sobre David Colinas
David Colinas (León, 1962) estudió Ciencias de la Información, rama de Publicidad, en la Complutense de Madrid. En los años 80 expuso por cafés y galerías alternativas de León, Madrid y Sevilla. Su primera experiencia internacional le llegó con la participación en la feria Kunstrai en Amsterdam, con la galería leonesa Sardón.
Tras licenciarse en Publicidad montó en Madrid, con un amigo arquitecto, el “Grupo COMA” de diseño gráfico, diseño industrial y producción de mobiliario, realizando exposiciones de muebles y objetos en Milán, Barcelona, Murcia y León (aquí, concretamente, en Maese Nicolás, la galería vanguardista de Jaime Quindós que tuvo su apogeo en los 80). Aquello fue solo una etapa en su vida, después de la cual se dedicó a la producción publicitaria. Más tarde montó una nueva sociedad, “DC Madrid”, dedicada al diseño, producción y comercialización de alfombras. Cuando llegó la crisis post “Expo 92” tuvo que cerrar esta empresa, después de tres años de aventura y muchos impagos. Apostó entonces por dedicarse en exclusiva a la pintura, que en todos esos años había seguido compaginando con su trabajo profesional. Así que en plena crisis de los 90 monta estudio en Madrid y ficha por la galería Isabel Ignacio, en Sevilla, con la que participa en algunas ferias nacionales e internacionales. Vuelve a exponer sus obras, no solo en Sevilla, también en otras galerías de Jaén, Cáceres, Santander, Málaga… Pero la economía no estaba muy boyante, y decide volver a León, donde tiene estudio. Trabaja y organiza actividades con César, de la Cueva del Túnel, en Valdevimbre; continúa también pintando y manteniendo su relación con la galería Isabel Ignacio.
Con la llegada del 2000, le toca superar una nueva crisis, la del “cambio de milenio”. Cansado de intentar sobrevivir en el mundo del arte, lo deja todo y decide marchar otra vez a Madrid, a buscar un trabajo que le permita vivir dignamente. Inicia una etapa de casi tres lustros, en la que prácticamente deja de pintar. No abandona el mundo del arte, aunque su relación con él sea más como espectador. De vez en cuando hace algo esporádico, alguna pintura, alguna colaboración en una muestra… poco más.
Pero, como mismo él dice, “el arte se lleva dentro y nunca muere”. Hace unos años le destino le llevó a Cádiz, donde reside en la actualidad y donde se gana la vida en el campo del turismo. Con una situación económica más desahogada, y tiempo para pintar, ha montado estudio en Vejer de la Frontera. “Estoy viviendo una nueva etapa muy interesante, muy tranquila y con muchas ganas de pintar. Ahora ya sin agobios”, comenta, feliz de regresar con una nueva exposición a su tierra, después de muchos años.