CULTURA ■ PATRIMONIO
Ancares, o la última frontera
Hace treinta años, el fotógrafo, escritor y montañero Casimiro Martinferre viajó por los valles de Burbia y Ancares retratando gentes y fijando topónimos, leyendas y usos. Palabras y estampas de un mundo preindustrial que acaba de recuperar en un libro el sello Calecha
Por EMILIO GANCEDO
Artículo publicado en Diario de León el 04/06/2017
«¡A xente do lugar, o lobo no corral!», gritaban los paisanos cuando entraba la alimaña en el Corral de los Lobos de Burbia, avisando a los de abajo para que se acercaran y rodearan a la bestia. Y como si de un corralín de esos antiguos se tratara, ha ido Casimiro Martinferre apriscando recuerdos, anotaciones, dibujos e imágenes del viaje, casi expedición iniciática, que llevara a cabo en solitario hace treinta años por los valles más occidentales de la provincia. Ahora, una vez revisado y ordenado ese material de enorme valor histórico y etnográfico, Ancares y Burbia. Un viaje al pasado (editorial Calecha) es el libro que ha resultado de tales labores. Sumergirse entre sus páginas y fotografías es como adentrarse en un mundo mágico en el que el mito era la norma y donde el hoy aparece en íntima conexión con el ayer: antepasados, genios, mouras, reyes legendarios, condes valientes y dragones furiosos estaban tan presentes en el día a día como el odre de mazar o la coladeira de blanquear la ropa.
Diario de un montañero. Por los montes de Burbia, y Aires de Xistra. Cuaderno de bitácora por el valle de Ancares fueron las publicaciones en las que el bembibrés Martinferre, en los años noventa, recogió aquellas experiencias. Hoy han desembocado en un nuevo libro que incluye impagables fotografías en blanco y negro, y detallados mapas elaborados por el autor.
Pero, ¿por qué rescatar ahora todo aquel trabajo y presentarlo bajo tan sugerente forma? «En realidad fue gracias a una propuesta de Alberto Álvarez, director de Calecha Ediciones, interesado en reeditar estos escritos publicados hace ya tantos años —explica el también responsable de obras como Manuscrito de los brujos. Pinturas rupestres de la provincia de León—. Como tenía los textos originales sin digitalizar, aproveché para quitarles chatarra y añadir algún capítulo, pero conservando el espíritu inicial».
En cuanto a la memoria que conserva de un viaje en el que subió collados, dibujó perfiles, fotografió bosques y pueblos, charló con vecinos y recogió numerosísima toponimia, Casimiro Martinferre recuerda aquella sierra «como un universo muy lejano, aunque en el mapa estuviera a la vuelta de la esquina. Entonces yo era un montañero de apenas 18 años y empezaba a descubrir todos estos derrumbaderos y cumbres. Recuerdo sobre todo unas gentes entrañables, que todavía conservaban un gran sentido de la hospitalidad y la caridad, seguramente porque en una tierra tan dura ayudarse en la necesidad era vital». «En cuanto a lo que perseguía —reflexiona—, supongo que por entonces buscaba nuevos horizontes, quizás algo de la poca aventura que le restaba al Bierzo».
A Martinferre le alegra que uno se refiera a zonas «plenamente inmersas en el mundo tradicional y no a «la España profunda», ese calificativo, como dice, «tan injusto, sesgado, cateto y pijo», cuando se le pregunta por los momentos o historias que se le quedaron más fuertemente grabadas de aquel viaje. Prosigue: «Sin duda, las anécdotas más significativas derivan del trato con los lugareños. Lo que más me llamaba la atención era que podían aceptar como lo más real del mundo sucesos del todo imaginarios. Todavía entonces algunas gentes convivían con mitos ancestrales, acogiéndolos familiarmente o temiéndolos. Pero en esos años ya empezaban a padecen la despoblación y se encontraban en los estertores de la ganadería, principal sustento de estos valles desde el Neolítico».
La vista atrás parece inevitable. ¿Qué se ha perdido en este difícil tránsito? «No he querido regresar ni hacer comparaciones, porque personalmente hubiera sido un fracaso. Me basé en recuerdos, de hecho el verdadero título del libro es Recuerdo Ancares. Y en este como bien dices tránsito hemos perdido o estamos a punto de perder la identidad. Ahora ya casi todos somos unos transculturados de la globalización. Nos ha devorado el negocio del márketing».
Del Llorantín al Mostayal pasando por el Cabanín del Folgueral, es admirable el exquisito cuidado de este autor a la hora de recoger y presentar el gallego dialectal —de enorme interés por su arcaísmo— amestado con formas leonesas: «Por entonces yo consideraba muy importante salvaguardar en lo posible la toponimia, la tradición oral, y me puse a ello. En la toponimia está cifrada, desde tiempo inmemorial, el alma de los pueblos. Cuando los ancianos desaparecen sin tener a nadie a quien traspasarle sus humildes conocimientos, o sin que ninguna institución pública tenga el mínimo interés en preservarlos como es su deber, estamos ante un sepelio cultural irrecuperable».