Por MARCELINO CUEVAS
En diariodeleon.com
La artista chilena Alexandra Domínguez es una pintora de versos. Sus pinceles escriben belleza sobre el papel o la dura superficie de las planchas de grabado. Alexandra gusta de visitar León de tiempo en tiempo, para mostrar viejos recuerdos. Volver a los diecisiete es el título de la nueva exposición que presenta en la Galería de Arte Ármaga. Y verdaderamente sus últimas obras, monotipos sobre papel y grabados, muestran toda la frescura de la juventud, toda la imaginación de un tiempo que la artista ha sabido conservar en su baúl de los recuerdos.
Su pintura está llena de las cadencias propias de la poesía. Sus cuadros emanan profundas fragancias literarias. En su caso, la esencia de los paisajes abstractos que pinta nace, como los versos, de la circunstancia mágica que la rodea. Pinturas sentidas en las que la materia pictórica es el mejor vehículo para transmitir sueños y emociones.
Alexandra está afincada en España desde hace bastante tiempo y, además, está ligada a lo leonés a través de la presencia a su lado del ilustre poeta y pintor berciano Juan Carlos Mestre.
Comenta la artista la experiencia creativa que hay detrás de sus obras. «Creo que mi pintura es fiel reflejo de lo que he aprendido a lo largo del tiempo, sobre todo del arte de vanguardia. En la obra artística no solamente interesa el resultado, sino también el proceso creativo. Ese camino del artista que a veces discurre a tientas y que está lleno de elementos azarosos, de imprevistos que surgen en ese proceso vital. Es algo que germina en el interior, pero que florece en el exterior. Ese proceso creativo yo lo vivo día a día con una enorme intensidad y con una entrega importante. Es una visión que quizá he heredado de los surrealistas, de qué manera el artista puede recurrir al inconsciente… esa gran reserva de las fuerzas vitales a las que muchas veces solamente se puede llegar a través del arte».
La de Alexandra Domínguez es una pintura para no olvidar, para rumiar en silencio cuando el recuerdo haga revivir las imágenes en el subconsciente del espectador asombrado. Una obra singular y absolutamente personal predispuesta a suicidarse zambulléndose en el lago misterioso de la poesía.
José María Parreño escribió a propósito de la obra de Alexandra Domínguez: «La madurez ha permitido a Alexandra convertirse en una niña, para poder entrar en La Casa Roja y mirar todo muy de cerca y verlo grande, desde su lograda pequeñez. De la escena general ha pasado a ocuparse, en primer lugar, de una pared. De ahí procede toda una serie de cuadros, como muros de cal de una escuela infantil. Trémulamente coloristas y tímidamente interrumpidos por inscripciones, grafismos y arañazos. Pintados a escondidas están llenos de travesuras y la mirada se puede entender coleccionando anécdotas y accidentes de sentido. Tesoros de color perdidos en la estepa blanca, completamente estáticos, algunos ya tan sobrios que parecen el telón de fondo de un diálogo por señas».
Y verdaderamente así son sus obras, unas pinturas nacidas de la más sofisticada ingenuidad, dibujos que tienen el poderoso latido de la poesía y el vigor propio de lo que mana directamente del corazón.